La práctica de la censura
Los índices de libros prohibidos perseguían evitar la edición e impresión de los textos y, sobre todo, su importación, comercio o circulación. Salvo algunas órdenes religiosas, que tenían autorización para poseerlos, su presencia en las bibliotecas fue excepcional. Los índices expurgatorios, en cambio, señalaban las frases, los párrafos o las páginas que contenían ideas «peligrosas o nocivas» que debían ser suprimidas o tachadas en algunos libros permitidos.
La tarea de corrección de estos ejemplares suponía un trabajo pesado y paciente. El censor podía aplicar diferentes procedimientos: recortar, arrancar o pegar entre sí las páginas a censurar; tapar los párrafos con estuco, papel u otros impresos desechados; y, por último, el más común, tacharlos aplicando un trazo de tinta. La elección de uno u otro dependía del esmero del censor y, sobre todo, de la extensión del texto a eliminar o de su «gravedad». Es habitual encontrar ejemplares donde se combinan varias modalidades a la vez.