La Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense conserva entre sus tesoros, procedentes respectivamente de la Facultad de Filosofía y Letras y de la de Medicina de dicha universidad, dos ejemplares de los 100 que formaron, en 1903, la tercera edición de la serie "Los Desastres de la Guerra", de Francisco de Goya y Lucientes. Goya, con sus grabados, ilustra unos episodios que él mismo presenciaría tanto en Madrid como en Zaragoza, ya que, presumiblemente, esta obra la realizó en su tierra al huir de la corte entre 1810 y 1815. Aunque no se publicaron oficialmente durante su vida, sí se conserva en el British Museum un ejemplar que Goya regaló a su amigo Ceán Bermúdez titulándolo: "Fatales consequencias de la sangrienta guerra en España con Buonaparte. Y otros caprichos enfaticos". Las láminas quedaron guardadas en la Quinta del Sordo y pasaron a ser propiedad de su hijo Javier, hasta su fallecimiento en 1854. La Real Academia de San Fernando adquirió en 1862 ochenta cobres que editó por primera vez en 1863 con el título "Los desastres de la guerra". En 1870 Paul Lefort recuperó las dos últimas estampas, la 81 y la 82, y las donó a la Academia, quedando reunido todo el conjunto que hoy se conserva en la Calcografía Nacional de Madrid. Argumentalmente Goya decide centrarse en la otra cara de la guerra: sus desastres y su miseria. No hay grandes escenas de batalla, las luchas las protagonizan muy pocas personas y mientras en los dibujos preparatorios los personajes se acompañan de elementos paisajísticos, en las estampas, eliminando esos elementos anecdóticos, la imagen se universaliza. Desaparecen el triunfalismo y el heroísmo de las escenas bélicas tradicionales recalcando el horror de una forma novedosa y moderna y sorprendiendo la falta de denuncia hacia un bando concreto. Se culpa a los franceses por su ocupación y a los españoles por su violencia desmedida, aunque también se les muestra víctimas los unos de los otros. Enrique Lafuente Ferrari argumenta que Goya no debió de editar los Desastres en su época por temor a la reacción absolutista, y que Ceán, igualmente temeroso, aplicó el título de "Caprichos enfáticos" a las estampas más comprometedoras, tratando así de justificarlas. Las técnicas varían en cada lámina: junto al aguafuerte, una novedad en la España de su tiempo, Goya utiliza la aguada y el aguatinta, observándose el uso de diferentes métodos en un mismo grabado. Según Lafuente, el empleo del aguafuerte enfatiza los efectos de dramatismo. Existen en total siete ediciones realizadas hasta 1937. La última de ellas fue la estampada por Adolfo Rupérez, con una introducción en la que se aconseja "no tirar más pruebas de tan sagradas reliquias, pues de lo contrario desaparecerían para siempre".